Buenos días a todos,
Hoy puedo deciros que Rúflex de momento no ha tenido fiebre y de momento por fin, he podido salir de la cama. He querido aprovechar este ratito para escribiros con todo mi cariño.
Hoy voy a hablar de mi amigo Juan.
Hoy voy a hablar de mi amigo Juan.
Juan es un señor que conocí durante mi estancia en Santander. Es un señor que vive en la calle y que dedica su vida entera a pintar. Pinta paisajes, rostros... Y todo aquello que ve bonito a través de sus ojos, lo plasma con su carboncillo en el papel. Sus dibujos son auténticas maravillas y cada día, se pone en el paseo marítimo de la bahía de Santander para ver si alguien compra alguno de sus dibujos y con ello, poder comprarse un bocadillo y comer ese día.
Juan era un señor con una familia maravillosa y que, por circunstancias de la vida, acabó viviendo en la calle. Y en la calle, decidió invertir su tiempo en lo que más le gustaba, dibujar y pintar.
Nos conocimos un día del verano de 2016, una tarde que mi madre me paseaba por la bahía. Y digo me paseaba porque yo por esas fechas fui recientemente operada y estaba en silla de ruedas. Como cada tarde, mi madre me llevaba a mi lugar favorito de la ciudad, a ver el mar. Me calmaba tanto verlo... y ella, le costase lo que le costase, me llevaba.
En una de esas tardes, le pedí a mi madre que me acercase a ver algo que había captado toda mi atencion, los dibujos de Juan. Me acercó a verlos y nada más acercarnos, Juan al ver mi cara de alegría valorando sus dibujos, me regaló dos de sus tesoros, dos dibujos preciosos de Santander. No podía aceptarlo como regalo pero él insistió en que quería hacerme sonreir cada vez que mirase sus dibujos en mi casa. Y lo consiguió. Me pareció un acto tan bonito... tan tierno... tan maravilloso... tan humilde... que me emocionó el alma... alguién que no tiene nada, absolutamente nada y tiene la bondad de regalarte lo más valioso que tiene sin conocerte. Así comenzó nuestra amistad y cada tarde, intentabámos verlo, saber cómo le había ido el día, comer juntos un helado... y compartíamos atardeceres mágicos.
Aprendí mucho de Juan, de su vida, en definitiva, de la vida. Un día, se ofreció a dibujarme porque su deseo era que tuviese un recuerdo personal de él. Y así lo hizo. Recientemente en la familia, habíamos perdido a Melón, uno de los seres más especiales que hemos conocido y tener el privilegio de tener en casa. Melón era un labrador muy especial, sus dueños eran mi hermana y mi cuñado Albertico y desgraciadamente, falleció de repente, atropellado. Cuento todo esto porque Juan nos hizo dos dibujos en recuerdo a Melón: uno de él que no puedo mostrar porque está en Santander y otro dibujo en el que aparecemos Melón y yo sentados frente al mar.
Lo más bonito de todo esto es que gente que no tiene absolutamente nada, intenta regalarte lo poco que tiene y todo por sacarte una sonrisa y verte feliz. Me dio muchísima alegría y emoción conocer personas así y tener la suerte de que me brindasen su talento y su cariño.
Desde que me vine de Santander no he vuelto a saber de Juan. Juan se quedó allí con sus dibujos y como la única forma de saber de él era ir viéndole cada día a su mismo sitio de la bahía pues ... desde entonces dejamos de saber el uno del otro. Pero cuando vuelva, se que estará allí, tomaremos un helado de turrón que tanto le gustaban y volveremos a disfrutar de esos preciosos atardeceres.
Hoy te dedico mi corazón y mi rincón a ti Juan, por ese noble corazón que tienes.
Un abrazo allá donde estés.
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